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La crónica que nadie pidió: Perú fuera del mundial

Pasamos de tener a un técnico que prohibía pasar la media cancha, para poner a un técnico que morirá en su 3-5-2.

JuanDa VeCa

11 de diciembre de 2024

Hay silencio. Solo el eco de un grito ahogado de dolor pasó por mi escritorio, se confundió con un sollozo y se fundieron para volverse nada. No es la primera vez que estoy en este escenario, de hecho, han sido muchas más las frustraciones que las alegrías. Y claro, así es como se siente cuando estás eliminado apenas a mitad de camino, por poco y se me olvida.

De Agustín Lozano no se puede decir nada nuevo que hasta el sol de hoy no se haya dicho. Tampoco pretendo enumerar una retahíla de adjetivos calificativos -cada uno peor que el otro, incluyendo insultos- porque sería caer en los lugares comunes a los que hemos asistido desde que el Ministerio Público derribó a combazos la chapa de la entrada principal de su casa. Sin embargo, lo que no me termina de sorprender es cómo alguien puede tener ese talento para el autosabotaje. Mandar a dos cachivacheros del fútbol, a la sazón, sus segundos en la Federación, a reunirse para negociar el contrato de renovación con Ricardo Gareca fue la muestra estelar de todas sus credenciales como gestor y de todo lo que se venía con él a cargo del fútbol peruano.


Agustín Lozano (ESPN)


Es que realmente solo a un imbécil -dije que no lo iba a insultar, perdón- se le puede ocurrir contratar como director técnico de la selección peruana a un desequilibrado mental como Juan Reynoso. El pretexto fue que era el técnico peruano más exitoso: fue campeón en una liga menesterosa como la peruana y sacó campeón a Cruz Azul en la liga mexicana después de 25 años, otra liga que por calidad de juego más que la liga paraguaya tampoco es. Y así, luego de estar pateando latas con efecto, le regalaron el buzo de la selección a un tipo con delirio de persecución y que tiene menos carisma que el cactus que se está secando en la ventana de mi vecina. Dos puntos de dieciocho posibles y últimos, pero lo que más me mortifica de haber sufrido a Reynoso con Perú fue el afán de derrumbar hasta los escombros todo lo poco que se pudo construir desde los procesos de Sergio Markarián y Ricardo Gareca en la Videna.


Y como la demagogia es el sello de cualquier gestión mediocre, la jugada maestra de Lozano fue sacar a Reynoso para poner a Fossati, reciente campeón del fútbol peruano.

Claro, no voy a negar que la ilusión se renovó, como correspondía, pero al poco tiempo nos quedó claro que sacamos a un terco para poner a uno igual o peor. Pasamos de tener a un técnico cuya única estrategia era hacer que el equipo tenga prohibido pasar la media cancha, para poner a un técnico que morirá en su 3-5-2, así no tenga los jugadores y así tenga que improvisar a un arquero suplente zurdo de carrilero por derecha. Incomprensible su nula voluntad de encontrar un sistema de juego acorde con el universo de futbolistas que tiene a disposición.


El fútbol peruano puede definirse con solo dos máximas: salimos del vientre de nuestras madres para jugar con línea de 4 en la defensa y no somos hijos del rigor. Todo lo demás es floro para la tribuna.


Pero Fossati nunca lo pudo entender. Y si bien se recuperó un poquito del buen ambiente en los entrenamientos, no dio su brazo a torcer en su planteamiento, así llueva, truene o nos quedemos fuera del Mundial a falta de seis fechas, como ahora.


Las Eliminatorias sudamericanas son las más difíciles del mundo, qué duda cabe, siempre hay cinco equipos muy buenos y los otros cinco que utilizan todas aquellas otras armas para intentar contrapesar la diferencia del nivel futbolístico: jugar en la humedad de Puerto Ordaz o Maturín, subir tan alto para llegar a El Alto que hace ver a Quito como una ciudad a nivel del mar, bajar al infierno de Barranquilla, enfrentarse a la calidez de Santiago -¡já! o ir y pararse frente a tipos que cada vez que usan su camiseta albirroja, absolutamente todos, se comunican entre ellos en el lenguaje de sus ancestros guerreros guaraníes. De ir a colosos vivos de historia como el Maracaná, al Monumental de Buenos Aires y el Centenario de Montevideo mejor ni hablemos. Lima al lado de las otras sedes es Disney, pero aún con todo ello, aprendimos a competir, nuevamente.


Y en la Videna se jugaron todas sus fichas para apostar a que no les iba a salir mal todos los planes para los que se esmeraron en hacer todo mal.


Desde que tengo recuerdos, siempre escuché que era injusto los pocos cupos mundialistas para la Confederación que tenía 9 campeonatos del mundo, 4 cupos directos y uno para el repechaje, 50% de los participantes de quedaban fuera del Mundial, a veces un poco más, como en el repechaje del 2022. Hasta que al fin la FIFA amplió la cantidad de cupos para Sudamérica, con el costo de hacer un Mundial inexplicable en su desarrollo por la cantidad de equipos, pero qué importaba: iban a clasificar 6 de 10 equipos directamente y el sétimo a un cuadrangular de repechaje. Y si esa repesca es contra las selecciones de Brunéi, Vanuatú, Nueva Caledonia o El Vaticano, la mesa estaba más que servida.


Pero no estuvimos a la altura y la necedad de la directiva, con un hombre con complejo de Adán a la cabeza, secundado por la manga de impresentables -que se roban las toallas de los hoteles- como lo son los presidentes de las ligas departamentales nunca vieron venir el desastre al que nos estábamos yendo directo y sin escalas. Convirtieron una selección que nos hizo sentir orgullo a propios y extraños, que cada vez que jugaba la gente iba con su camiseta de Perú a la oficina y nos hizo creer que al fin éramos buenos en eso que nuestros padres y abuelos nos contaron que en un tiempo supimos sentarnos entre los grandes de Sudamérica y por qué no, del mundo.


Mientras escribo esto escucho las declaraciones de Paolo Guerrero luego del partido, y aquí debo mencionar que al Paolo hasta los 35 años le guardo un enorme respeto y gratitud por todo lo que le dio a la selección, por sus goles y por lo que significó dentro de una cancha con la camiseta de Perú. Pero al Paolo que aparece en la pantalla de mi televisor, cansado, que repite el cassette de los años noventa, que dice que no va a dar excusas, pero termina excusándose hasta para mencionar que este fue probablemente su último partido con la selección, a ese espectro de Paolo, le tengo compasión. Muere siendo un héroe o vive lo suficiente para convertirte en un villano. A Paolo hace 5 años el fútbol lo dejó y las lesiones no lo respetaron, pero él mismo no merecía derribar su imagen con un final tan penoso en un campo de fútbol.


La eliminación de Perú de la Copa del Mundo 2026 se concretó hoy, pero la primera piedra se puso luego de perder el repechaje contra Australia: dejamos de tener hambre, nos comimos el cuento y de verdad creímos que el tiempo nunca iba a pasar para Cueva, Carrillo, Paolo, Trauco, Yotún, Lapadula y Advíncula, entre otros. Ahora ya no solo éramos huérfanos del rigor y la disciplina, sino que también los futbolistas creyeron que estaban por encima del bien y del mal.


Ni la dirigencia ni los jugadores se tomaron en serio este proceso, pensaron que iban a haber partidos ganados antes de jugarlos, pero la realidad nos explotó en la cara.

Y jode más porque no se tuvo responsabilidad con la selección en un país donde hay mucha más gente que apoya a la selección peruana de la que es hincha de algún equipo de fútbol, de hecho, hay gente a la que no le gusta el fútbol, pero espera que a Perú le vaya bien. Hay gente, dentro de los que me incluyo, para quienes la selección significa mucho, demasiado tal vez… Y ni siquiera se tuvo cuidado con ello.


Y hasta aquí llegué, porque, me van a disculpar, pero creo que ha empezado a llover un poco… A fin de cuentas, treinta y tantos años, se pasarán al toque.

Edición
José Miguel Bellido
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