La Sustancia (2024): humanidad que deshumaniza

Sue representa el "yo" idealizado, fabricado por las expectativas de la sociedad, mientras que Elisabeth es el "yo" real, envejecido y marginado
Lucia Goñas Castellanos
8 de octubre de 2024
La película, dirigida por Coralie Fargeat y protagonizada por Demi Moore, explora el tema de la vejez a través de una narrativa perturbadora que mezcla horror corporal con crítica social. Aunque se enmarca en el género del terror, La Sustancia plantea cuestiones profundamente filosóficas y sociológicas sobre el envejecimiento, el cuerpo y las expectativas de la sociedad actual, especialmente hacia las mujeres. Desde el inicio, la historia de Elisabeth (Moore) nos sumerge en el conflicto central: la pérdida de la juventud y la obsesión por recuperarla a cualquier precio.
Elisabeth, ex estrella de un programa de aeróbic televisivo, es despedida al cumplir 50 años debido a las críticas sobre su apariencia física. Este rechazo no solo la afecta laboralmente, sino que desencadena una crisis profunda en su autoestima. A través de su personaje, la película plantea una crítica mordaz a la invisibilización de las mujeres a medida que envejecen. El uso de La Sustancia, un suero que promete devolver la juventud, es la respuesta desesperada de Elisabeth a un mundo que la desprecia por envejecer. Aquí, la película pone sobre la mesa una realidad: las expectativas sociales inalcanzables que las mujeres intentan cumplir, y el costo físico y mental de estas exigencias.
Es así que la crítica de La Sustancia trasciende la pantalla. En nuestra realidad contemporánea, las redes sociales amplifican y propagan los mismos estándares que atormentan a Elisabeth. La constante exposición a ideales de perfección física y juventud a través de plataformas digitales fomenta intervenciones quirúrgicas, rutinas de skincare, y una obsesión creciente con la apariencia. Este contexto refuerza el mensaje de la película: la belleza y la juventud se han convertido en mercancías, perpetuando un ciclo destructivo en el que los cuerpos reales, con sus imperfecciones y cambios naturales, son desechados.
El conflicto entre Elisabeth y Sue, su versión más joven y "perfecta", es una metáfora poderosa de la lucha interna que muchos enfrentan al intentar reconciliarse con el paso del tiempo. Sue representa el "yo" idealizado, fabricado por las expectativas de la sociedad, mientras que Elisabeth es el "yo" real, envejecido y marginado. Esta dicotomía entre la juventud idealizada y el envejecimiento natural genera una alienación profunda, no solo del propio cuerpo, sino también de la propia identidad.
La grotesca creación de "Monstro Elisasue" —un híbrido deformado de ambas versiones— es una representación simbólica del colapso de las imposiciones sociales sobre el cuerpo. La película sugiere que la obsesión por la perfección no solo destruye la identidad humana, sino que también puede generar monstruos: seres atrapados en la tensión entre lo que son y lo que deberían ser. Esta criatura es un reflejo de la violencia que surge cuando los ideales inalcanzables de la juventud y la belleza se desmoronan.
En el desenlace, la fusión de Elisabeth con su estrella en el Paseo de la Fama es una alegoría de la fugacidad de la fama y el vacío de la validación externa. El destino de Elisabeth, finalmente barrido y olvidado, resalta lo efímero del reconocimiento en un sistema que, una vez más, descarta a quienes ya no cumplen con sus estándares de belleza o éxito. Esta conclusión es un recordatorio sombrío de la naturaleza transitoria de la admiración pública, en una sociedad que idolatra lo superficial y deshumaniza a quienes no encajan en sus moldes.